Siria: ¿una nueva oportunidad para la paz?
No es fácil ser optimista respecto de poder pacificar a Siria. Porque ya han transcurrido dos años desde que el conflicto doméstico comenzara y los reiterados esfuerzos en dirección a la paz que se han realizado no han tenido éxito alguno.
No obstante, lo cierto es que el experimentado diplomático que alguna vez fuera canciller de Argelia, LakhdarBrahimi -hoy el enviado especial de las Naciones Unidas y de la Liga Árabe para Siria- ha regresado, una vez más, a Damasco para procurar poner en marcha una solución que evite que el horror continúe.
La idea central prevaleciente sigue siendo la de lograr el cese inmediato de las hostilidades y organizar un gobierno de coalición y transición que pueda pacificar al país y gobernarlo por el período breve que resulte necesario para convocar ordenadamente a elecciones.
Hay algunas señales nuevas. Esperanzadoras. Por esta razón, flota la sensación de que hasta podría existir una conversación en marcha, en dirección a la pa
El gran problema sigue siendo el rol que -en ese escenario- tendría el autoritario presidente sirio, Bashar al-Assad. Brahimi sugiere que Assad podría quizás permanecer en Siria, sin ejercer autoridad alguna, hasta que se conozca el resultado de las elecciones.
No me parece que, luego de todo lo sucedido, esto sea realmente posible. Sucede que Assad, que es el problema, difícilmente pueda conducir una solución. No obstante, Assad no parece aún estar persuadido de que el final de su ciclo ha llegado. Esto es no advertir que los vientos de la guerra suelen voltear al árbol más alto.
Por lo demás, la oposición -ahora unificada y reconocida por los Estados Unidos y la Unión Europea como representante legítima del pueblo sirio- parece haber mejorado sus posibilidades militares de vencer a Assad y ahora, envalentonada, actúa con esto en mente.
Hay, sin embargo, algunas señales nuevas. Esperanzadoras. Por esta razón, flota la sensación de que hasta podría existir una conversación en marcha, en dirección a la paz. Entre bastidores.
La caída de los dictadores suele ser una suerte de última manifestación de su orgullo, o de su paranoia y de su perverso narcisism
Por una parte, porque Rusia parecería estar cambiando discretamente de posición y modificando un poco su hasta ahora inflexible defensa del régimen de los Assad. Tan es así, que su canciller, Sergei Lavrov, procura -por primera vez- reunirse con la oposición. Y aclara que su país no busca mantener a los Assad en el poder. Esto es una novedad. Es más, es un importante paso en dirección a cualquier acuerdo que pueda poner fin a la guerra civil, sin desestabilizar dramáticamente a la región, donde Irán seguramente sería la gran perdedora geopolítica, si Assad termina siendo desplazado del poder.
La oposición siria -como cabía esperar- se niega a ir a Moscú y exige un pedido previo de disculpas por parte de los rusos, por considerar a su gobierno como co-responsable del desastre humanitario de su país y de los bárbaros crímenes de lesa humanidad que el mundo entero ha visto por televisión.
Ocurre que Rusia ha sido la principal sostenedora de los Assad y su proveedora constante de armamento y municiones. Lo que, sin duda, ha tenido un alto costo para Rusia en el mundo árabe. Además, la oposición exige que -como paso previo a cualquier negociación- Assad efectivamente deje el poder.
En paralelo, el canciller egipcio, Mohamed KamelAmr, mantiene reuniones frecuentes con los diplomáticos rusos. Acompaña así los esfuerzos en dirección a la paz, pero también él exige públicamente la salida inmediata de Assad. Aún en caso de formarse un gobierno de transición.
Quizás sea sólo una cuestión de tiempo y oportunidad, pero hay quienes imaginan abiertamente al clan Assad como otro de los huéspedes de Rusia en la atractiva y lujosa ciudad de Barvikha, en las afueras de Moscú.
Allí están ya viviendo Askar Akayev, el depuesto dictador de Kyrgyzstan, y la viuda del serbio Slobodan Milosevic, rodeados de autos de lujo y boutiques que venden las marcas más caras del mundo. Sin resignar "nivel de vida", podría decirse, aunque con enorme cinismo.
Alma al-Assad, la esposa del presidente sirio, seguiría entonces visitando los negocios de primer nivel que aparentemente son una de sus conocidas pasiones.
Seguramente los Assad se sentirían más estables y seguros en Barvikha que en algún rincón de Venezuela, Nicaragua, o Ecuador, tres de los países que, en nuestra propia región, son lamentablemente los más abiertos defensores de los Assad, sin que sus aberrantes crímenes los hayan conmovido.
Esto pese a que no hay que olvidar que Rusia, en su momento, se negó a acoger a Erich Honeker, el ex dictador de Alemania del Este, a quien el ex presidente Yeltsin extraditara a Alemania. Ni a Abdullah Ocalan, el legendario líder kurdo, que alguna vez buscara asilo en Rusia y terminara siendo fletado a África, desde donde fuera entregado a Turquía, donde -desde hace años- está en un calabozo.
La caída de los dictadores suele ser una suerte de última manifestación de su orgullo, o de su paranoia y de su perverso narcisismo. Pese a ello, algunos no advierten que en algún momento dejarán de ser actores, para transformarse en meros observadores. Esto ocurre normalmente cuando, de pronto, en función de las circunstancias, dejan de poder imponer sus obsesiones.